jueves, 4 de diciembre de 2014

SOBERBIA (Apólogo) Por: Nabonazar Cogollo Ayala


SOBERBIA
(Apólogo)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Aquel día me dispuse a trabajar contigo conforme el gran maestro del templo de los dioses lo había ordenado. Muy temprano llegué hasta la celda taller donde tú vivías y con palabras de sincera amabilidad te saludé. Pero no te dignaste responderme, porque tu soberbia te dictaba que tú, por creerte superior a mí, no tenías por qué descender de tu alto pedestal hasta la villanía de mi humilde nivel. No hice caso de aquel desprecio y opté por sentarme a tu mesa de trabajo, dispuesto a tejer la parte de la tela hecha con hilos de seda, oro y plata, que me correspondía. Entonces me miraste con verdadera furia. El odio más visceral brillaba en tus ojos y tu boca prorrumpió[1] en los siguientes improperios[2]

-¡Apártate de esa preciosa tela, so imbécil!  ¿Es que acaso no te das cuenta que no requiero de tu estúpida y miserable ayuda? ¡Conmigo como artesano, sobra y basta! Bien puedes irte por donde viniste, bueno para nada…

Mi alma se sintió verdaderamente herida por aquellos insultos contra mi persona y contra mi valor como artesano experimentado. Un repentino sabor amargo inundó mi garganta y cascadas de lágrimas asomaron a mis ojos. Esta visible reacción emocional dibujó una sonrisa de triunfante satisfacción en tu rostro… Yo me limité a decirte con voces rápidas y entrecortadas…

-¡Bueno, así será si así lo has decidido! Vine por orden del gran maestro, pero si sobro, me voy…
Con el alma abatida me retiré de tu lugar de trabajo y aposento. Alcé los ojos al cielo y les dije a los dioses…
-¡Paciencia! Solo les pido, oh bienaventurados, que me den paciencia para asumir con sabiduría y entereza, los golpes de la soberbia y la incomprensión.

Una suave ráfaga del viento del otoño acarició mi rostro humedecido por las lágrimas del sufrimiento y del dolor. No te deseaba ningún mal, pero yo había sido agredido por ti y mi alma entera se resentía ante la injusticia de los golpes propinados por tu redomada soberbia. El dios del tiempo siguió impasible su labor y en su enorme reloj de arenas de oro, los segundos hicieron días y los días hicieron años. Un día estaba absorto en mi labor de artesano en mi celda, tejiendo un precioso manto dorado para la mesa del rey, cuando alcé mis ojos para encontrarme con los tuyos. Con voces transidas[3] por el dolor y la angustia me dijiste…

-Tengo inutilizada una de mis manos, por causa de una lesión que sufrí luego de una estrepitosa caída de mi caballo alazán[4]… Preciso de tu ayuda para poder acabar apenas a tiempo, para la fiesta de la coronación del nuevo rey, la capa de caballero que se me ha encomendado… ¿Podría contar con tu ayuda?

Tu adversa situación no dibujó una sonrisa revanchista en mi rostro. Vi entonces a través de la ventana de mi celda, al dios de la sabiduría asomado entre nubes de gasa sobre un fondo de zafiro. Su rostro de luz se mostraba sereno y en calma con la placidez de un lago de las montañas. En tropel vinieron a mi mente varias escenas… tus insultos, tu sonrisa, tu soberbia…

-¡Te ofendí, bueno, te ofrezco una disculpa! Nunca quise… Ahora te necesito…
- ¡Oh, calma hermano! Imbécil[5] es el que ha caído a la vileza del suelo, porque el báculo en que se apoyaba ya no lo sostiene. Equivale a decir…”sin palo en qué apoyarse”… Parece ser que ya no lo soy porque tu necesidad coyuntural te ha traído hasta mi celda… No te preocupes, mi corazón no incuba odios ni resentimientos hacia ti, aun cuando tú me hayas herido en el pasado con la injusticia de tu soberbia. Cuenta con mi lanzadera, cuenta con mi habilidad de artesano. Las pondré a tu servicio para beneficio del rey y de tu nombre. Solo te pondré una pequeña condición…
-¿Cuál es esa condición para ayudarme a salir del atolladero, hermano?
-Irás al templo del dios de la sabiduría y harás una oración sentida. No es más…

En ello conviniste aunque no sin un leve mohín[6] de disgusto en el rostro… Una vez en presencia del dios de los pensamientos, las ideas y las brillantes ocurrencias, un pesado sopor cerró tus párpados, antes que elevaras tu plegaria.  Cuánto tiempo pasó, lo ignoro. Solo sé que cuando despertaste una leve niebla azulada invadía suavemente aquel recinto sagrado. Te hallaste solo en el templo con un mensaje insistente que el dios de la sabiduría había dejado en tu mente. Este mensaje lo bordamos posteriormente con hilos de oro en la capa del rey, para beneplácito del mismo y era el siguiente…

No presumas de saber más que los demás. Los tiempos son impredecibles y el saber en ellos no se agota. No sea que debas deponer tu inalcanzable soberbia ante aquellos que un día menospreciaste y debas inclinar tu frente a sus pies. Sé soberbio y la sabiduría infinita de los tiempos te llevará a ser humilde, por la ley de la compensación divina que todo lo equilibra.
Madrid (Cundinamarca)
Junio 29 de 2013




[1] Prorrumpir: Expresar repentinamente un sentimiento mediante gestos o palabras.
[2] Improperio: Sinónimo de insulto.
[3] Transido: Atravesado.
[4] Alazán: Caballo o yegua cuyo pelo es de color canela.
[5] El adjetivo calificativo IMBÉCIL es un vocablo de origen latino, que a su vez se formó a partir de uno griego más antiguo. En latín significa lo siguiente: In/Im= Sin, falto de // Becillis>Baculus= Palo o bastón. Toda la palabra significaría entonces algo así como:  ”Sin palo en que apoyarse”. Posteriormente pasó a significar debilidad mental.
[6] Mohín: Gesto de desagrado en la cara o mueca. 

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