SOBERBIA
(Apólogo)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Aquel día me dispuse a trabajar contigo conforme el
gran maestro del templo de los dioses lo había ordenado. Muy temprano llegué
hasta la celda taller donde tú vivías y con palabras de sincera amabilidad te
saludé. Pero no te dignaste responderme, porque tu soberbia te dictaba que tú,
por creerte superior a mí, no tenías por qué descender de tu alto pedestal
hasta la villanía de mi humilde nivel. No hice caso de aquel desprecio y opté
por sentarme a tu mesa de trabajo, dispuesto a tejer la parte de la tela hecha
con hilos de seda, oro y plata, que me correspondía. Entonces me miraste con
verdadera furia. El odio más visceral brillaba en tus ojos y tu boca prorrumpió[1] en los siguientes
improperios[2]…
-¡Apártate de esa
preciosa tela, so imbécil! ¿Es que acaso
no te das cuenta que no requiero de tu estúpida y miserable ayuda? ¡Conmigo
como artesano, sobra y basta! Bien puedes irte por donde viniste, bueno para
nada…
Mi alma se sintió verdaderamente herida por aquellos
insultos contra mi persona y contra mi valor como artesano experimentado. Un
repentino sabor amargo inundó mi garganta y cascadas de lágrimas asomaron a mis
ojos. Esta visible reacción emocional dibujó una sonrisa de triunfante
satisfacción en tu rostro… Yo me limité a decirte con voces rápidas y
entrecortadas…
-¡Bueno, así será
si así lo has decidido! Vine por orden del gran maestro, pero si sobro, me voy…
Con el alma abatida me retiré de tu lugar de
trabajo y aposento. Alcé los ojos al cielo y les dije a los dioses…
-¡Paciencia! Solo
les pido, oh bienaventurados, que me den paciencia para asumir con sabiduría y
entereza, los golpes de la soberbia y la incomprensión.
Una suave ráfaga del viento del otoño acarició mi
rostro humedecido por las lágrimas del sufrimiento y del dolor. No te deseaba
ningún mal, pero yo había sido agredido por ti y mi alma entera se resentía
ante la injusticia de los golpes propinados por tu redomada soberbia. El dios
del tiempo siguió impasible su labor y en su enorme reloj de arenas de oro, los
segundos hicieron días y los días hicieron años. Un día estaba absorto en mi
labor de artesano en mi celda, tejiendo un precioso manto dorado para la mesa
del rey, cuando alcé mis ojos para encontrarme con los tuyos. Con voces transidas[3] por el dolor y la angustia
me dijiste…
-Tengo inutilizada
una de mis manos, por causa de una lesión que sufrí luego de una estrepitosa
caída de mi caballo alazán[4]…
Preciso de tu ayuda para poder acabar apenas a tiempo, para la fiesta de la
coronación del nuevo rey, la capa de caballero que se me ha encomendado…
¿Podría contar con tu ayuda?
Tu adversa situación no dibujó una sonrisa
revanchista en mi rostro. Vi entonces a través de la ventana de mi celda, al
dios de la sabiduría asomado entre nubes de gasa sobre un fondo de zafiro. Su
rostro de luz se mostraba sereno y en calma con la placidez de un lago de las
montañas. En tropel vinieron a mi mente varias escenas… tus insultos, tu
sonrisa, tu soberbia…
-¡Te ofendí,
bueno, te ofrezco una disculpa! Nunca quise… Ahora te necesito…
- ¡Oh, calma
hermano! Imbécil[5] es el que ha caído a
la vileza del suelo, porque el báculo en que se apoyaba ya no lo sostiene.
Equivale a decir…”sin palo en qué apoyarse”… Parece ser que ya no lo soy porque
tu necesidad coyuntural te ha traído hasta mi celda… No te preocupes, mi
corazón no incuba odios ni resentimientos hacia ti, aun cuando tú me hayas
herido en el pasado con la injusticia de tu soberbia. Cuenta con mi lanzadera,
cuenta con mi habilidad de artesano. Las pondré a tu servicio para beneficio
del rey y de tu nombre. Solo te pondré una pequeña condición…
-¿Cuál es esa
condición para ayudarme a salir del atolladero, hermano?
-Irás al templo
del dios de la sabiduría y harás una oración sentida. No es más…
En ello conviniste aunque no sin un leve mohín[6] de disgusto en el rostro…
Una vez en presencia del dios de los pensamientos, las ideas y las brillantes
ocurrencias, un pesado sopor cerró tus párpados, antes que elevaras tu
plegaria. Cuánto tiempo pasó, lo ignoro.
Solo sé que cuando despertaste una leve niebla azulada invadía suavemente aquel
recinto sagrado. Te hallaste solo en el templo con un mensaje insistente que el
dios de la sabiduría había dejado en tu mente. Este mensaje lo bordamos
posteriormente con hilos de oro en la capa del rey, para beneplácito del mismo
y era el siguiente…
No presumas de
saber más que los demás. Los tiempos son impredecibles y el saber en ellos no
se agota. No sea que debas deponer tu inalcanzable soberbia ante aquellos que
un día menospreciaste y debas inclinar tu frente a sus pies. Sé soberbio y la
sabiduría infinita de los tiempos te llevará a ser humilde, por la ley de la
compensación divina que todo lo equilibra.
Madrid (Cundinamarca)
Junio 29 de 2013
[1]
Prorrumpir: Expresar repentinamente un sentimiento
mediante gestos o palabras.
[2]
Improperio: Sinónimo de insulto.
[3]
Transido: Atravesado.
[4]
Alazán: Caballo o yegua cuyo pelo es de color
canela.
[5]
El adjetivo calificativo IMBÉCIL es un vocablo de origen latino, que a su vez
se formó a partir de uno griego más antiguo. En latín significa lo siguiente: In/Im= Sin, falto de // Becillis>Baculus= Palo o bastón. Toda la palabra significaría
entonces algo así como: ”Sin palo en que apoyarse”.
Posteriormente pasó a significar debilidad
mental.
[6] Mohín:
Gesto de desagrado en la cara o mueca.
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