JUANA PETRONA JIMÉNEZ ÁVILA
(1907-1994)
Alguna vez en los ya lejanos días de mi niñez escuché a mi abuela materna la anécdota que sirvió de inspiración al siguiente cuento de base histórica, con el que ahora tributo un pequeño homenaje de gratitud a su maternal memoria.
(Cuento con base en un suceso real)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
La señora Juana Jiménez Ávila era una bondadosa anciana
de piel ajada por los años y alma marchita por los recuerdos, que frisaba los
setenta años hacia 1978. Año en el cual se dieron los hechos que ahora se
narrarán. ¿Cuántos hijos había tenido? Doce o quizás trece. Unos cuantos le
habían sobrevivido luego de la pavorosa llegada de la fiebre del tifo a
aquellas apartadas regiones de la costa norte colombiana, a principios del
siglo XX. Aquellas tempranas pérdidas le habían cicatrizado el alma, la cual se
le había curtido en el dolor y el sufrimiento, por la soledad que la vejez
ahora le deparara. ¿En qué refugiaba Juana la soledad de sus últimas décadas de
vida? En atender una empobrecida tienda a orillas del camino real, próximo a su
humilde vivienda. Y en elevar a Dios, a San
Gregorio y a la Virgen María sus más sentidas y piadosas plegarias, con el
puntual cumplimiento del sol de las
frescas mañanas de mayo. Llegado el mes de la Virgen, la buena anciana dispuso
toda su industria y oficio en organizar en la pequeña vereda de Belén, la
piadosa procesión votiva en homenaje de la madre del Resucitado.
Cada noche cantidad de mujeres creyentes invadían la
pequeña y graciosa casita de la Señora Juana, para rezar con blanquecinas
camándulas entre sus dedos temblorosos, el rosario a la Virgen María. Al
finalizar de cada sesión la anfitriona obsequiaba a las visitantes con tisana
de limonaria, servida en pocillos de loza china; la cual era bendecida
finalmente con una dulce menta comprada al efecto en el mercado local de la
fluvial Cereté.
-
¡La Señora Juana cómo es de
buena!
Se decían las buenas mujeres, cuando entre las ocho y las
nueve de la noche tornaban complacidas a sus hogares, de donde la noticia se
difundía rápidamente al resto de la vereda. Al día siguiente la asistencia
crecía en número y los entremeses a las asistentes debían por tanto redoblarse.
Pero no importaba, Juana todo lo había dispuesto para que la atención a sus
visitantes fuese esmerada y no diese lugar a queja alguna.
Pero los días de mayo avanzaban rápidamente y era
necesario cuanto antes darse prisa para organizar la pequeña procesión en honor
de la Virgen el día trece. La tarde del once, luego de haber atendido su
pequeño negocio por la mañana y de haber dispuesto su aseo y demás cosas
propias de su pequeña morada, la Señora Juana se dirigió rápidamente a casa de
la Blanca, la más pudiente y acomodada de las señoras devotas de aquel pequeño
villorrio. Pero no fue sola: se hizo acompañar de su nuera -a quien
cariñosamente apodaban de antaño la Negra-, lo mismo que de Olga –la otra
tendera del lugar- y dos de sus sobrinas, hijas de su difunta hermana Tita
Jiménez Ávila. El piadoso grupo de señoras llegó hasta donde la Blanca cuando
ya iban a ser las cuatro de la tarde y el ardiente sol tropical había amainado
un poco su resplandeciente látigo de fuego.
-
Uehhh Niña Blanca ¿cómo está usted?
Saludó Juana al entrar a la amplia estancia campestre,
que generalmente era resguardada por dos enormes perros guardianes.
-
¡Ay! si es la Señora Juana y
con compañía. ¡Qué alegría tenerlas por acá! ¿Y eso qué las trae?
Hechos los saludos de rigor y estampados los femeniles
besos del caso, la Señora Juana le espetó a su anfitriona, sin mayores preámbulos
el porqué de su inesperada visita…
-
Es que pasado mañana es la
fiesta de Nuestra Señora de Fátima y las señoras y yo estamos organizando una
procesioncita en homenaje de la Virgen. A ver si usted nos colabora
prestándonos su imagen –que es más grande que la mía- y nos da lo necesario
para comprar las flores, los arreglos; y para contratar además dos horas de
música tocadas por la banda del Compadre Abel, para acompañar el cortejo.
-
Ay Señora Juana. Mire, yo les
colaboro en lo que yo pueda. Porque la verdad es que plata yo no tengo mucha,
está poquita. Yo les presto la Virgen y si les parece organizamos y decoramos
el paso de la procesión, para que salga desde mi casa y pase por todo el Camino
Real, hasta la escuela pública de Manguelito y de ahí nos devolvemos. Pero para
lo que no va a haber es para la música. ¡Esa banda de Abel cobra mucho y no
alcanza!
-
¡Ay, no, Niña Blanca! No diga
usted eso. ¿Entonces vamos a hacer la procesión sin nadita de música?
-
Sí mi señora, así nos tocará…
¡Porque le cuento que no hay para más! Eso ahí le vamos cantando a la Virgen el
Ave de Fátima, mientras usted va dirigiendo el Santo Rosario.
Ante la rotunda negativa a la música, al grupo de señoras
no le quedó de otra que aceptar a regañadientes la magra alternativa que la
Blanca les ofrecía. Llegado el día doce, los ajetreos para la gran celebración
eran proverbiales: de la casa de Juana salían grandes floreros adornados con
olorosos cartuchos de diferentes colores, y coronados con palmas fúnebres y
vistosos moños de nacaradas cintas de encajes. ¡Todo estaba listo para que al
día siguiente, muy a las ocho de la mañana, la procesión se tomara la principal
vía de circulación de la vereda de Belén, por unas cuantas horas!
Y efectivamente así fue. Las señoriales matronas de la
localidad se dieron cita en casa de la acomodada anfitriona, todas
impecablemente vestidas de blanco y tocadas con mantillas de vaporoso encaje,
con la infaltable camándula de perlas nacaradas entre sus manos. El cuadrante
del reloj marcaba las ocho en punto de la mañana, cuando el grupo ceremonial
empezó su triunfal recorrido por el ducto vial, entre el lúgubre rezo de la Salve y el Ave María. La Señora Juana precedía el grupo más nutrido, en el que
cuatro corpulentos cargadores –contratados para el efecto- llevaban en hombros
el voluminoso paso donde se veía en alto la sonrosada imagen de la Virgen de
Fátima.
No bien habrían avanzado unos cuantos metros –sin
siquiera haber avistado todavía la rosácea casa de la Señora Juana-, cuando de
la manera más insólita e inexplicable, la imagen de yeso de la Virgen saltó de
su base en el paso, se precipitó a tierra y fue a dar de lleno contra las duras
piedras del destapado Camino Real, quebrándose en mil pedazos. Ante la vista de
este terrible hecho, los asistentes se echaron, todos, la bendición,
sobrecogidos de angustia y espanto a la vez.
-
¿Se da usted cuenta, Niña
Blanca, se da cuenta? ¡La Virgen está brava porque usted no le quiso pagar ni
siquiera una hora de música con Abel! Mire… ¡No le quiso aceptar la procesión
sin banda! ¿Y ahora qué vamos a hacer?
Le increpó severamente Juana a la Blanca. Pálida por los
acontecimientos esta última optó por cubrirse el rostro con su blanquecina
mantilla y devolverse rápidamente hacia su casa, dándoles la orden a los
cargueros que se devolvieran porque ya no iba a haber procesión, ni nada. Con
cara de grandes y graves acontecimientos los presentes optaron por devolverse
cada uno hacia su casa, comentando lo terrible de lo que había sucedido.
Aun varios años después la Señora Juana no cesaba de
comentar entre los asistentes a su casa, en el mes de mayo, cómo la Virgen se
había portado con ellas esa vez, que la Blanca por tacaña se había negado a amenizar su sacrosanta procesión
con la humilde limosna de dos horas de música de la banda de Abel.
-
¡La Virgen María se puso
rabiosa, mis hijas! Es que con la Virgen no se juega…
Abril 8 de 2007
Madrid (Cundinamarca)
Madrid (Cundinamarca)
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