SOBRE LA PRUDENCIA
(Reflexión)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Ser
prudentes es emplear las palabras precisas, en un tono tan amable como el suave
murmullo del viento entre las hojas de los árboles y tan dulce como el néctar
de las flores en la estación veraniega… El imprudente dice lo que no debe
decir, en un tono que más que halagar, hiere a las demás personas. Sus necias
palabras se constituyen en su más feroz e implacable verdugo…
Ser
prudentes es actuar en el momento indicado, con la precisión del juicio
sopesado y madurado durante mucho tiempo atrás, sin precipitaciones ni
arrebatos de ninguna índole. Es saber mirar los pros y los contras de cada
situación de vida, con objetividad; para decidir y actuar en el momento justo y
preciso, con la sabiduría de un experto relojero. El imprudente es temerario,
no mide las consecuencias de sus atolondrados hechos y decisiones, se deja
llevar por los impulsos y los arrebatos. Es así como toma decisiones
inconscientes de las que después se arrepiente, cuando ya es tarde y nada se
puede hacer para remediarlo.
Ser
prudentes es saber sacar ventaja de las situaciones de vida, por malas o
adversas que estas sean o parezcan ser. No todo en la vida es malo, aunque
nuestras grandes esperanzas se vean frustradas en un momento dado. Hay veces en
que un camino se cierra y ello nos obliga a buscar vías alternas o a abrir una
trocha o camino nuevo, con lo cual demostramos lo valiosos que somos al
enfrentar los problemas y adversidades en la vida. El imprudente se da por vencido, se echa a
llorar sobre las piedras del camino y le echa la culpa a la mala situación, a
la mala suerte, a sí mismo en actitud
autocompasiva o a las demás personas.
¡Todas esas son excusas! La situación será mala, pero en últimas somos nosotros
mismos quienes decidimos si nos damos por vencidos o si seguimos luchando con
garra y coraje de vencedores.
Ser
prudentes es extraer lecciones y enseñanzas positivas de todas nuestras
experiencias de vida, por duras o extremas que estas hubieran sido. La gota de
agua constante hace hueco en la piedra al cabo de mucho tiempo. Ser prudentes
es juzgar la realidad con el cristal objetivo de la razón, no de la lástima, la
tristeza, la euforia o la alegría desbordada. Todas esas son cortinas de humo
que desdibujan los contornos de la realidad y nos impiden verla con claridad.
El imprudente se engaña a sí mismo e insiste en ver las cosas de la realidad
como no son, porque insiste en vivir en un mundo ilusorio que no existe.
La
prudencia es la virtud de los sabios. En ella se conjugan de forma armónica la
paciencia, el sentido de la proporción y la justicia, la ecuanimidad, el
autocontrol y la mesura, la objetividad y la asertividad. La prudencia se
cultiva a lo largo de toda la vida y se
llega a obtener en su más refinada esencia al cabo de los años, de ahí la
sabiduría innegable de las personas mayores.
La
prudencia es la quinta esencia de la sabiduría. Es la reina de las virtudes
humanas porque las recoge a todas. La persona prudente obtiene lo que busca en
la vida, porque sabe pensar, sabe actuar y en qué momento hacerlo. Su regla de
oro es: “Nada en demasía”.
Madrid
(Cundinamarca), noviembre 3 de 2014
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