¿POR QUÉ NO DEBEMOS CONSUMIR DROGAS ADICTIVAS?
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Cuando yo nací mi cuerpo nació puro, con la
plenitud de sus órganos vitales y con toda la grandeza de su vivir… Mis
neuronas estaban listas y preparadas para transmitirse unas a otras los
impulsos eléctricos de mis primeros pensamientos e ideas. La sinapsis entre
ellas era entonces única en el mundo. Mis ojos escudriñaban en un nuevo y
maravilloso universo de luz, ese mundo que anteriormente permanecía oculto para
mí. Mis manos y piernas empezaron a
agitarse con vehemencia y mi aparato fonador empezó a emitir los primeros
sonidos guturales con los que mis padres gritaban de alegría. Yo nací a la vida
para alegría de aquellos que desearon con insistencia mi advenimiento al mundo. Cuando fui haciéndome grande, mi cuerpo
empezó a hacerse día tras día más maduro.
Las hormonas hicieron su trabajo y las proteínas que a diario
consumía aportaron la energía necesaria
para ello.
Un día alguien me dio a probar una sustancia nunca
antes conocida por mí… ¿Qué era aquello? Pregunté entonces con la ingenuidad de
los niños pequeños.
¡Pruébalo, pruébalo que pronto lo sabrás! Fue toda
la respuesta de aquella persona que decía ser mi amiga. Aquella sustancia era
un alcaloide que neutralizó parte de los procesos neurotransmisores en mi
cerebro por unos minutos y empezó a afectar negativamente mis preciosas
neuronas. La vista se me empezó a nublar repentinamente, me sentí en un extraño
estado de tranquilidad poco normal y en presencia de un sosegado ambiente de
paz. Mi ritmo cardíaco empezó a acelerarse gradualmente, mis pupilas se
dilataron y una leve sudoración perló mi frente, con una anormal sensación de
frío. La intoxicación invadía mi cuerpo
con sus efectos primarios a toda marcha. Mi amigo había inhalado mucho más que
yo y pude ver cómo convulsionaba hasta llegar a la agresividad.
Al día siguiente, pasados los efectos primarios de la droga, me sentí vacío por dentro con tendencia a la depresión. Un ligero temblor sacudía mis miembros superiores y cualquier cosa por pequeña que fuera me irritaba y sacaba de mis casillas. Para suprimir aquellos odiosos efectos secundarios volví a consumir aquel segundo día de mi adicción y el efecto fue mágico: ¡Volví a sentirme otra vez pleno y feliz! Era de manera artificial y dañina para mi cuerpo, yo lo sabía, pero qué más daba.
Lo único que me importaba era vivir el momento presente. Han pasado diez años desde entonces. Ahora estoy acostado en una cama de hospital en la Unidad de Cuidados Intensivos. Tengo una grave perforación en el tabique nasal que me produce dolorosas fases de sangrado, con peligro de morir ahogado por mi propia sangre. Por lo cual debo dormir inclinado. La sinapsis de mis neuronas se ha atrofiado severamente y extensas regiones de mi cerebro se han inutilizado. Como resultado ahora casi no tengo memoria inmediata, lo que acabo de hacer lo olvido a los pocos minutos. Inclusive he olvidado a miembros de mi familia y a compañeros entrañables de mi primaria y secundaria. He consumido en todo este tiempo casi todos los derivados de la cocaína, desde el bazuco y el crack, hasta la pasta de coca pura pasando por la mezcla de cocaína y heroína que en los Estados Unidos se conoce como Speedball. Mi sistema nervioso central está destrozado, tengo brutales alucinaciones compulsivas que me llevan al borde de la locura. Veo monstruos que vienen amenazadores hacia mí, sufro de impotencia sexual, insomnio y taquicardia.
El acto de comer es un martirio porque nunca jamás tengo hambre, a pesar que día a día me pongo más delgado. Los médicos me han dicho que estoy desahuciado y que me quedan menos de dos meses de vida. He decidido contar esta mi triste historia a cierto profesor de ética que conocí el otro día, para que les cuente a sus estudiantes por qué no deben consumir drogas que causen dependencia. De toda aquella mágica e ilusoria felicidad que yo vivía cada vez que consumía, hoy en día sólo me quedan un cuerpo hecho guiñapos y un cúmulo de sueños e ilusiones rodando por el suelo, un título de ingeniero que jamás alcancé. Nunca estudié a conciencia porque pensaba que todo se reducía al consumo de la droga. Mi familia me abandonó porque se avergüenzan de mí, sólo mi pobre madre viene por acá, seca de tanto llorar la pobre… Pronto todo terminará para mí y también para ella. Dilapidé el poco dinero que le quedaba y es justo que ella también descanse de mí.
Al día siguiente, pasados los efectos primarios de la droga, me sentí vacío por dentro con tendencia a la depresión. Un ligero temblor sacudía mis miembros superiores y cualquier cosa por pequeña que fuera me irritaba y sacaba de mis casillas. Para suprimir aquellos odiosos efectos secundarios volví a consumir aquel segundo día de mi adicción y el efecto fue mágico: ¡Volví a sentirme otra vez pleno y feliz! Era de manera artificial y dañina para mi cuerpo, yo lo sabía, pero qué más daba.
Lo único que me importaba era vivir el momento presente. Han pasado diez años desde entonces. Ahora estoy acostado en una cama de hospital en la Unidad de Cuidados Intensivos. Tengo una grave perforación en el tabique nasal que me produce dolorosas fases de sangrado, con peligro de morir ahogado por mi propia sangre. Por lo cual debo dormir inclinado. La sinapsis de mis neuronas se ha atrofiado severamente y extensas regiones de mi cerebro se han inutilizado. Como resultado ahora casi no tengo memoria inmediata, lo que acabo de hacer lo olvido a los pocos minutos. Inclusive he olvidado a miembros de mi familia y a compañeros entrañables de mi primaria y secundaria. He consumido en todo este tiempo casi todos los derivados de la cocaína, desde el bazuco y el crack, hasta la pasta de coca pura pasando por la mezcla de cocaína y heroína que en los Estados Unidos se conoce como Speedball. Mi sistema nervioso central está destrozado, tengo brutales alucinaciones compulsivas que me llevan al borde de la locura. Veo monstruos que vienen amenazadores hacia mí, sufro de impotencia sexual, insomnio y taquicardia.
El acto de comer es un martirio porque nunca jamás tengo hambre, a pesar que día a día me pongo más delgado. Los médicos me han dicho que estoy desahuciado y que me quedan menos de dos meses de vida. He decidido contar esta mi triste historia a cierto profesor de ética que conocí el otro día, para que les cuente a sus estudiantes por qué no deben consumir drogas que causen dependencia. De toda aquella mágica e ilusoria felicidad que yo vivía cada vez que consumía, hoy en día sólo me quedan un cuerpo hecho guiñapos y un cúmulo de sueños e ilusiones rodando por el suelo, un título de ingeniero que jamás alcancé. Nunca estudié a conciencia porque pensaba que todo se reducía al consumo de la droga. Mi familia me abandonó porque se avergüenzan de mí, sólo mi pobre madre viene por acá, seca de tanto llorar la pobre… Pronto todo terminará para mí y también para ella. Dilapidé el poco dinero que le quedaba y es justo que ella también descanse de mí.
Que Dios los bendiga a todos y nunca consuman
droga. No contaminen su precioso cuerpo con esas sustancias malditas que el
diablo arrojó a la tierra para perdición de todos aquellos que un día nos
dejamos llevar de los malos amigos y de la falsa felicidad.
Atte.: Juan Fernando.
(Nombre ficticio para proteger la identidad del
testimoniante)
Apártate de las drogas
ResponderEliminar(Soneto anticonsumo)
Yo te avisé con lujo de detalles
que las drogas te dejan "seca" el alma.
Hoy andás como zombie por las calles,
cual mendigo al que nadie extiende palma.
No quisiste atender a mi mensaje,
a pesar que te advertí y no entendías.
Con pesadas mochilas de bagaje
hoy transcurren, anémicos, tus días.
Condenado estarás, porque vos mismo
elegiste un camino irreversible.
Hoy los narcos lanzáronte al abismo...
y se ríen de ti, por ya inservible.
Pero tengo esperanza de que escuches
que "¡La droga mata!" y contra ella luches.
© Rubén Sada (03-03-2014)
Publicado en el libro "POESÍA ANTISISTEMA"
Octavo libro de Rubén Sada.
http://rubensada.blogspot.com.ar/2014/03/apartate-de-las-drogas-soneto.html
http://rubensada.blogspot.com.ar/2007/12/deja-ya-las-drogas-o-punto-final.html