EL SABIO DE OCCIDENTE Y EL ERMITAÑO
(Apólogo)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Una vieja leyenda cuenta que había en la India legendaria un sabio
ermitaño entregado completamente a las meditaciones y las labores espirituales
en un sitio en despoblado. Aun cuando pertenecía a las más ricas y linajudas
familias chatrias, él había optado por abandonar palacios, lujos, vestidos de
seda y armas enjoyadas, para vestir harapos y retirarse a encontrar a Dios en
su interior, en las afueras de la ciudad. Era un hombre de Dios, que veía la
presencia del altísimo en el canto de las aves silvestres, en los dorados peces
que jugueteaban en el arroyo cercano y en el agudo y estridente trinar de las
chicharras en el invierno. Según su modo de ver nada le pertenecía en propiedad
porque todo lo material “lo ataba a la
mezquindad del mundo”, como él solía decir y añadía: “…el día más feliz de mi existencia, será aquel en que Dios me llame a
su sagrada presencia”. Cierto día Susrava (que así se llamaba el sabio ermitaño) recibió
la visita de un estirado poeta español, que desgranaba poemas y estrofas con la facilidad de un
arroyo de aguas cristalinas. ¿Qué buscaba aquel refinado hombre de letras en la
humilde vivienda de un ermitaño que se alimentaba de miel silvestre, frutas y
langostas? Le habían hablado con asiduidad de la sabiduría de Susrava y quería
confrontarla con su propio saber, sólidamente afincado en las letras y en la
poesía. Para ello había atravesado Europa y parte de Asia… finalmente estaba ahí
ante Susrava, a quien miró de arriba abajo con desdén y desprecio, como el
hombrecillo insignificante y de actitud asustadiza que en principio le pareció
que era…
-Conque tú eres el hombre sabio de la india que habrá de humillar mi
sabiduría literaria cultivada y reconocida en las mejores universidades de
occidente?
-Buenos días ilustre visitante… ¡Bienvenido seas a esta mi humilde
morada! No sé qué te trae, pero sea lo que sea eres bienvenido. Siéntate por
favor…
-¡Gracias! Pero antes dime… ¿Qué me puedes enseñar tú? ¿Cuántos títulos
universitarios posees? ¿Cuántos libros has escrito? ¿Cuántas lenguas hablas?
¿Cuántas ciencias dominas?
-Los dioses nos sean propicios, imploremos para ambos sus bendiciones y
bienaventuranzas… En ellos nace y a ellos vuelve la ciencia toda. Veamos…
La sabiduría no viene en frascos ni se vende al por mayor en tiendas ni boticas. Ella surge
dentro de tu propia alma, a la luz de la meditación quieta, serena y reposada.
El saber no radica en un título universitario… ¿Qué título universitario le
pedirás al derviche de Irán que ha descubierto en su alma las respuestas a los
grandes problemas del mundo, luego de mucho meditar? ¿Qué título universitario
le pedirás a los abuelos, llenos con la sensata reflexión del paso de los años?
¿Qué título universitario le pedirás al niño de escasos años que con su
inocente y tierno preguntar pone en jaque a padres y adultos? El reconocimiento
oficial dice que te has hecho merecedor de un título, pero el título por sí
mismo no es la sabiduría, apreciado hermano de occidente…
-¿Ese es todo tu saber, hombrecillo? ¿No tienes nada mejor que ofrecer?
¡Eso es mero sentido común! ¡Cualquiera sabe eso! ¿Para eso vine desde tan
lejos hasta acá? ¡A que me digas lo que todo el mundo sabe!
-Contén el juicio fácil de tu lengua irrespetuosa que ciertamente te
lleva al error y a la perdición, hombre necio de occidente. Si crees que todo
lo sabes y que todo lo has resuelto plenamente, no tendré nada que enseñarte…
Encolerizado el ilustre profesor quiso entonces humillar al hombrecillo
hablándole en pulidas estrofas castellanas, con rima perfecta:
-¿Qué
te crees, hombre pequeño?
¡Tan
minúsculo es tu ser!
¿Enseñarme
ese es tu sueño?
¡Poco
y nada es tu saber!
-Cierto poeta le dictó
a mi alma estas máximas, hombre necio de occidente:
-Hombre
de occidente, hombre…
Levantado
en egoísmo…
Tan
confiado en tu ser mismo
¡Que
olvidaste el santo nombre!
El
saber no está en los títulos
Pues
lo hallas siempre en ti…
Meditando
el frenesí
De
este mundo entre sus vínculos.
Petulancia
y prepotencia
No
te llevan al saber…
¡Más
te alejan de su ser
Y
te enseñan falsa ciencia!
Minimiza
esa creencia
Que
eres sabio entre los sabios…
¡Que
el saber está en tus labios
Y
en los otros es demencia!
Egoísmo
es mal amigo
Que
te lleva al precipicio…
Y
te ofrece el desperdicio
De
un saber que es enemigo.
El
saber yace en las cosas
Cotidianas
de la vida…
Él
a diario te convida
En
el niño y en las rosas.
Vete
amigo de occidente
Y
no olvides la lección…
¡Que
no mande el corazón
La
razón del imprudente!
Anonadado el eximio profesor de literatura al ver la facilidad con que
aquel hombrecillo de la India versificaba en una lengua que no era la suya
propia y la profundidad de la lección de vida impartida, solo atinó a balbucear…
-Pero… ¿Cómo? ¡No es
posible! ¡Vos no habláis español como vuestra lengua materna! ¿Cómo es que
podéis versificar y con semejante facilidad? De otra parte… ¿Quién os ha
enseñado toda esa filosofía de vida? ¿Quién ha sido? ¡Yo también quiero
aprender!
-¡Hombre sabio de occidente!
Vuelve por dónde has venido. Ya mis labios han hablado, como decía Jesús de
Nazaret, vuestro Dios y Señor: ¡El que
tenga oídos para oír, que oiga… El que tenga ojos para ver, que vea!
Dios vuestro Señor esté
contigo hoy y siempre.
Madrid (Cundinamarca)
Marzo 23 de 2014
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