viernes, 25 de abril de 2014

EL SABIO DE OCCIDENTE Y EL ERMITAÑO (Apólogo) Por: Nabonazar Cogollo Ayala

EL SABIO DE OCCIDENTE Y EL ERMITAÑO
(Apólogo)
Por: Nabonazar Cogollo Ayala
Una vieja leyenda cuenta que había en la India legendaria un sabio ermitaño entregado completamente a las meditaciones y las labores espirituales en un sitio en despoblado. Aun cuando pertenecía a las más ricas y linajudas familias chatrias, él había optado por abandonar palacios, lujos, vestidos de seda y armas enjoyadas, para vestir harapos y retirarse a encontrar a Dios en su interior, en las afueras de la ciudad. Era un hombre de Dios, que veía la presencia del altísimo en el canto de las aves silvestres, en los dorados peces que jugueteaban en el arroyo cercano y en el agudo y estridente trinar de las chicharras en el invierno. Según su modo de ver nada le pertenecía en propiedad porque todo lo material “lo ataba a la mezquindad del mundo”, como él solía decir y añadía: “…el día más feliz de mi existencia, será aquel en que Dios me llame a su sagrada presencia”. Cierto día Susrava  (que así se llamaba el sabio ermitaño) recibió la visita de un estirado poeta español, que desgranaba  poemas y estrofas con la facilidad de un arroyo de aguas cristalinas. ¿Qué buscaba aquel refinado hombre de letras en la humilde vivienda de un ermitaño que se alimentaba de miel silvestre, frutas y langostas? Le habían hablado con asiduidad de la sabiduría de Susrava y quería confrontarla con su propio saber, sólidamente afincado en las letras y en la poesía. Para ello había atravesado Europa y parte de Asia… finalmente estaba ahí ante Susrava, a quien miró de arriba abajo con desdén y desprecio, como el hombrecillo insignificante y de actitud asustadiza que en principio le pareció que era…
-Conque tú eres el hombre sabio de la india que habrá de humillar mi sabiduría literaria cultivada y reconocida en las mejores universidades de occidente?
-Buenos días ilustre visitante… ¡Bienvenido seas a esta mi humilde morada! No sé qué te trae, pero sea lo que sea eres bienvenido. Siéntate por favor…
-¡Gracias! Pero antes dime… ¿Qué me puedes enseñar tú? ¿Cuántos títulos universitarios posees? ¿Cuántos libros has escrito? ¿Cuántas lenguas hablas? ¿Cuántas ciencias dominas?
-Los dioses nos sean propicios, imploremos para ambos sus bendiciones y bienaventuranzas… En ellos nace y a ellos vuelve la ciencia toda. Veamos…
La sabiduría no viene en frascos ni se vende al  por mayor en tiendas ni boticas. Ella surge dentro de tu propia alma, a la luz de la meditación quieta, serena y reposada. El saber no radica en un título universitario… ¿Qué título universitario le pedirás al derviche de Irán que ha descubierto en su alma las respuestas a los grandes problemas del mundo, luego de mucho meditar? ¿Qué título universitario le pedirás a los abuelos, llenos con la sensata reflexión del paso de los años? ¿Qué título universitario le pedirás al niño de escasos años que con su inocente y tierno preguntar pone en jaque a padres y adultos? El reconocimiento oficial dice que te has hecho merecedor de un título, pero el título por sí mismo no es la sabiduría, apreciado hermano de occidente…
-¿Ese es todo tu saber, hombrecillo? ¿No tienes nada mejor que ofrecer? ¡Eso es mero sentido común! ¡Cualquiera sabe eso! ¿Para eso vine desde tan lejos hasta acá? ¡A que me digas lo que todo el mundo sabe!
-Contén el juicio fácil de tu lengua irrespetuosa que ciertamente te lleva al error y a la perdición, hombre necio de occidente. Si crees que todo lo sabes y que todo lo has resuelto plenamente, no tendré nada que enseñarte…
Encolerizado el ilustre profesor quiso entonces humillar al hombrecillo hablándole en pulidas estrofas castellanas, con rima perfecta:

-¿Qué te crees, hombre pequeño?
¡Tan minúsculo es tu ser!
¿Enseñarme ese es tu sueño?
¡Poco y nada es tu saber!

-Cierto poeta le dictó a mi alma estas máximas, hombre necio de occidente:

-Hombre de occidente, hombre…
Levantado en egoísmo…
Tan confiado en tu ser mismo
¡Que olvidaste el santo nombre!

El saber no está en los títulos
Pues lo hallas siempre en ti…
Meditando el frenesí
De este mundo entre sus vínculos.

Petulancia y prepotencia
No te llevan al saber…
¡Más te alejan de su ser
Y te enseñan falsa ciencia!

Minimiza esa creencia
Que eres sabio entre los sabios…
¡Que el saber está en tus labios
Y en los otros es demencia!

Egoísmo es mal amigo
Que te lleva al precipicio…
Y te ofrece el desperdicio
De un saber que es enemigo.

El saber yace en las cosas
Cotidianas de la vida…
Él a diario te convida
En el niño y en las rosas.

Vete amigo de occidente
Y no olvides la lección…
¡Que no mande el corazón
La razón del imprudente!

Anonadado el eximio profesor de literatura al ver la facilidad con que aquel hombrecillo de la India versificaba en una lengua que no era la suya propia y la profundidad de la lección de vida impartida,  solo atinó a balbucear…
-Pero… ¿Cómo? ¡No es posible! ¡Vos no habláis español como vuestra lengua materna! ¿Cómo es que podéis versificar y con semejante facilidad? De otra parte… ¿Quién os ha enseñado toda esa filosofía de vida? ¿Quién ha sido? ¡Yo también quiero aprender!
-¡Hombre sabio de occidente! Vuelve por dónde has venido. Ya mis labios han hablado, como decía Jesús de Nazaret, vuestro Dios y Señor: ¡El que tenga oídos para oír, que oiga… El que tenga ojos para ver, que vea!
Dios vuestro Señor esté contigo hoy y siempre.
Madrid (Cundinamarca)
Marzo 23 de 2014

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