Ellas
son la esencia misma de la vida,
Que
un día, en el paroxismo del dolor y del espasmo, dotaron de existencia al fruto
de su amor, en el colmo de una dicha que nunca jamás las abandonará en la vida…
Son
desvelo abnegado ante la enfermedad que se doblega, por los cuidados solícitos de
esa mujer que anhela ver a su niño saltando y corriendo sano otra vez…
Son
regaño y corrección oportuna, la palabra dicha a tiempo, la mano sabia que
detiene el despropósito, el criterio maduro que orienta y la palabra de
consuelo que alivia y revitaliza fuerzas…
Son
las más leales confidentes de los dolores, penas y sufrimientos, de esos jóvenes
retoños que sufren lo indecible, en sus primeros escarceos ante la vida…
Son
abuelas tiernas y consentidoras que se enloquecen con las mejillas de los hijos
de sus retoños, a los cuales defienden de reprimendas y castigos, a quienes se
ganan con un dulce y de quienes se hacen eternas cómplices de sus travesuras y
juegos…
Son
la memoria que nunca olvida, la flor perenne sobre la tumba del hijo que se ha
marchado, la fotografía amarillenta en el álbum familiar y la mejor de las
rosas en el rosal que ofrece pétalos tintos en la sangre de la eterna y viva existencia…
Las
madres son ángeles guardianes enviados por Dios a la tierra, para velar con su
vida misma, por el fruto de la existencia de esos hijos que son carne de su
carne y sangre de su sangre…
¡Dios
las bendiga hoy y siempre, como madres, esposas, abuelas y tías!
Nabonazar Cogollo Ayala
Madrid (Cundinamarca), mayo 12 de 2013
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