El viento azotaba con fuerza su emplumada cabeza y el
frío escalpelo del huracán embravecido descargaba su furia contra el pico
acerado del ave rapaz. Empujaba empero, esta, con todas las fuerzas de su
planeo uniforme y manteniendo la firme resolución de vencer la tormenta,
entornaba los ojos mientras la endurecida estela de aquel viento que pesaba
montones, en momentos parecía querer echarla hacia atrás. Pero el ave no cejaba
en su empeño. Entornaba también sus alas y manteniendo rígidamente encorvado el
cuerpo aerodinámico, se catapultaba como una bala emplumada contra el muro de
viento arremolinado que parecía querer arrollarla y estrellarla de una vez por
todas contra la rígida pared de granito macizo del risco sobresaliente, en la
cima del acantilado, a los pies del rugiente océano.
¡Pero aquella águila no se daba por vencida y una vez más hacia allá iba!.. Aun cuando las sólidas evoluciones del viento la desvirolaran aparatosamente una y otra vez, como si fuera un insignificante juguete emplumado. ¿Por qué lo hacía? Porque las águilas no ceden, no se dan por vencidas y son fuertes e incisivas como un rayo dorado de sol que atraviesa desafiante el lúgubre velo negruzco de una nube impertinente. Así iba aquella, veloz como una saeta e impelida como un bólido hacia el centro mismo de aquel siniestro infierno de nubes, polvo, viento y marisma, por la vez enésima. ¿Qué buscaba? Alcanzar la cima inhóspita del acantilado solitario, en la imponente altura del peñasco más empinado sobre la línea del horizonte. Lugar este donde la tormenta ya no llegaba porque estaba por encima de las nubes. ¿Podría lograrlo? En ello le iba la misma vida. Alguna vez había alcanzado aquel sitio celestial en donde la base parda de la tierra, se junta con el sublime azul del cielo. ¡En donde el ser y el querer son una cosa y la misma! Estar parado sobre aquel pedestal de granito, cielo y nubes, pocas águilas habrían de lograrlo. ¡Pero aquella ya lo había hecho alguna vez!.. Aunque en medio de la esplendidez de una tarde calurosa de verano, cobijada bajo un cielo vespertino límpido de giros de nubes.
Pero el irrefrenable y poco disciplinado impulso de
aquellos rapazuelos todo lo olvidó, todo lo ignoró, todo lo escatimó. Y en el
loco desenfreno de su aletear sin sentido, sin plan previo y sin coordinación,
no solamente lo dañaron todo, irreparablemente, en la otrora tibia casa
materna, sino en los alrededores de la hasta hace poco florida campiña, cuyos
surcos y estrellones evidenciaban la magnitud de la catástrofe. La tormenta en su furor del averno había cedido al fin,
hacia el momento mismo del crepúsculo. Y el águila majestuosa y triunfante se
posaba orgullosa sobre la afilada cima del acantilado, en cuyo pequeño pedestal
afelpado por el crecido musgo pululaban las deliciosas presas de caza. ¡El
momento del triunfo había llegado! Ya de vuelta, las garras del ave se veían
colmadas de trofeos con los que recompensaría el esfuerzo sin límites de la aventura,
del reto, de la pasión y del logro de aquello que se fijara como meta.
El águila madre no cabía en sí de la dicha y de la
satisfacción, ¡el infinito placer que se deriva del deber cumplido es quizás de
las más bellas cosas en la vida! Y allá iba ella, con las garras llenas de
alimento para sus polluelos y con el alma henchida por la emoción de sentirse
la mejor águila mamá del mundo en ese momento. Pero ¡horror! ¿Qué sucedió?
¿Acaso la tormenta de la que había salido se había abatido sobre el nido? ¡No
había nido! ¡Tampoco había polluelos! ¡Iiiiiiieeeeeeegghhhhhhhh! Precipitada en
un loco picado de dolor, rabia y desesperación se lanzaba ahora el águila a la
búsqueda de los suyos y de lo que de su
nido quedaba, mientras a pique, desde las alturas se precipitaban los flamantes
trofeos de la travesía.
Tiempo después de aquello un águila solitaria desdibujaba
su silueta ágil, esbelta y aerodinámica en el encendido anaranjado de la tarde
muriente, lejos del grupo del resto de águilas, mientras otras de estas aves al
verla comentaban entre sí:
-
¿Quién es – por cierto- aquel
avistrajo? ¿Es que no tiene nido ni nadie por quien luchar?
-
¡Según se cuenta alguna vez
los tuvo! Contestó con voz grave un águila vieja, pero su misma falta de
previsión como águila adulta provocó al parecer la pérdida definitiva de los
suyos. Desde entonces vuela sola en las tardes hasta los altos riscos, donde se
enfrenta al viento y las tormentas, sin sentido. Cuando hay buen tiempo mira
solitaria hacia aquel sitio poco accesible en las alturas, donde pocas se
arriesgan a llegar. Y cuando el mal tiempo azota la costa se demuestra una y
otra vez que ella si puede llegar allí. Quizás de esa manera está buscando su
propia muerte o la superación de su propio dolor. ¡Quién sabe!
-
¡Lástima! ¡Es de las mejores
entre nosotras! Mira esa determinación de vuelo y esa gallardía. ¡Mira ese
picado!
-
¡Sí que lo es! Pero su fuerza
interna de águila que lucha y vuela alto se sobrepondrán sobre la rabia, la
melancolía y el desasosiego. ¡Lástima de su pollada! Se dice que fue toda
consumida por el frío en el pasado invierno. El hecho ha servido de escarmiento
a la colonia de águilas en estas costas. ¡Creer en aguiluchos irreflexivos es
perder deliberadamente cualquier batalla! ¡Si has de volar alto y lejos, cree
en ti y no te fíes excesivamente de tus polluelos! Estos no saben de esfuerzos
y sacrificios, sólo de algazara sin sentido.
-
¡Sí!.. Lo tendré en cuenta.
Nabonazar Cogollo Ayala
Madrid (Cundinamarca), Colombia. 2001
Este cuento lo escribí una vez
cuando trabajaba como profesor en un colegio en Facatativá (Cundinamarca), en
el año 2001. Impartía filosofía a los cursos superiores. En cierta oportunidad
encargué al curso undécimo que me esperara unos minutos mientras fotocopiaba en
las cercanías el examen bimestral que habría de aplicarles aquel día. Media
hora después regresé y las directivas y demás personal del colegio estaban
alarmados, por la creciente indisciplina y desorden que los chicos habían
protagonizado en el aula durante mi ausencia. Se subieron a las mesas,
destrozaron varias sillas y rompieron algunos vidrios de los estantes de
libros, en fin. Indignado ante los hechos y luego de reconvenirlos severamente,
anuncié una medida formativa. El resultado fue este cuento el cual aún me
sobrecoge por su temática y enseñanza
moral.
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